Por Mónica Garcia Yzaguirre, Magistrada
“Te tienes que dulcificar”, suena en mi cabeza desde niña.
Miro a mi alrededor, dos años de pandemia, dos años de cuidados invisibles, de renuncias para atender. Un teletrabajo que atrapa y encadena, sin asueto ni descanso. Un país de contrastes entre las leyes igualitarias y el altísimo consumo de prostitución, una prostitución con perfil de mujer joven, extranjera, sin libertad. La extraordinaria y tozuda persistencia de un techo líquido en los salarios, en las altas responsabilidades, en la dirección de las empresas, en la judicatura. El retorno a una esclavitud de las mujeres en Afganistán, sin voz, sin educación, sin rostro. La persistencia de la ablación en tantos países, la mujer regala, da placer, se entrega, es ofrenda, objeto, pero no sujeto. La pornografía entrando en las cabezas de nuestros jóvenes por las redes, con fantasías de sumisión y violación múltiple que se transforman en anhelos reales de dominación, de complicidad en el asalto. El ojo social escrutador sobre el atuendo, sobre las formas.
El estereotipo que subsiste, lo femenino es complaciente, no se enfrenta, no levanta la voz. La tolerancia extraordinaria con religiones sexistas, estructuras de poder eclesiástico que expulsan a la mujer, que la relegan a puestos de servicio para el varón, católicos, musulmanes, judíos…, no importa. Todo vale enarbolando la libertad religiosa y de culto, ya sea el velo o la mantilla, conservando el rol secular: las siervas, las madres. Feminización de trabajos asistenciales, de la sanidad, de la educación, sin reflejo paritario en las Direcciones de Hospitales, en los Rectorados de Universidad. Escalones insuperables en la ciencia, en la tecnología, en los mandos de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.
Un mensaje soterrado constante, subliminal, cada vez más extendido, ridiculizador de la lucha por la igualdad que etiqueta con desprecio, que hace burla intencionada pintando el discurso con colores políticos o con banderas. Falta mucho para la igualdad de trato, para la igualdad de oportunidades, para que en la infancia se consolide la fe en las propias capacidades, para que no se generen barreras invisibles de limitaciones e inseguridad, para la igualdad en la mirada sobre la persona, sin que importe su aspecto, sin que importe su sexo, sin que sea relevante su fisionomía o el timbre de su voz. Esa voz más aguda que no se escucha. La mujer con voz es incómoda, la mujer segura y con criterio molesta, aún más, la mujer mayor estorba.
Sí, es verdad, me falta dulzura.