Por Yolanda Domínguez, Artista visual y Activista feminista.
Hay muchas formas de ejercer la violencia y no todas dejan las mismas huellas. Ser violento significa usar la fuerza para someter a otro ser causándole algún tipo de perjuicio. El daño puede ser físico, pero también emocional o incluso social. Los medios de comunicación tienen un enorme poder (y por lo tanto una enorme fuerza) que es la posibilidad de llegar con sus imágenes a millones de personas y de influir en ellas. A través de los relatos culturales se va construyendo un tipo de violencia llamada “cultural” o “simbólica” que no es real, pero puede convertirse en realidad. Todas las imágenes que vemos, desde los dibujos animados, las películas, las series, los programas, los anuncios, la moda o el arte, forman parte de nuestra educación. Con la ficción también aprendemos a socializar, es decir, saber qué se espera de nosotros y de nosotras en la sociedad y cómo nos tenemos que comportar.
Las imágenes que vemos en los medios son una de las fuentes que alimentan la “violencia directa” que es la que se ejerce física o verbalmente de manera evidente. Algunos hombres incorporan a su comportamiento esa forma de relacionarse con las mujeres (el grado de influencia dependerá del resto de su educación y de su capacidad crítica para cuestionar esos relatos). Pero también provocan que la sociedad en general y las mujeres en particular, aceptemos esa violencia con mayor facilidad. Las imágenes tienen el poder de normalizar todo aquello que visibilizan: ver violencia no siempre genera violencia, pero sí nos vuelve más insensibles a ella.

La mayoría de las veces las mujeres somos representadas como personajes secundarios o seres derrotados. Rara vez tenemos papeles protagonistas y nuestras decisiones no cuentan ni son relevantes para el desenlace de los relatos. La violencia cultural alimenta otro tipo de violencia que es la “violencia estructural” y que se refiere al lugar de inferioridad que se otorga a las mujeres en la sociedad. Que exista mayor pobreza femenina, que las mujeres desempeñen las profesiones menos cualificadas, que cobren menos salario que sus compañeros, que la medicina esté basada en el cuerpo masculino o que la justicia no tenga en cuenta la perspectiva de género es una violencia que tiene que ver con el escaso valor que se les da a las mujeres en la jerarquía social. La violencia puede consistir en gestos, palabras o imágenes, pero también en la ausencia de ellas. La inexistencia de referentes de figuras femeninas fuertes, valoradas por su profesión o sus logros, capaces de dirigir equipos y países, sobresalientes en tecnología, deporte o ciencia es una forma de violencia. Sin referentes diversos las mujeres no podemos aprender ni plantearnos “llegar a ser” y el resto de la sociedad tampoco podrá valorarnos de esa manera.
La violencia cultural también provoca la “violencia interiorizada” que es la que ejercemos las mujeres contra nosotras mismas cada vez que subestimamos nuestras capacidades y despreciamos nuestro aspecto. La industria de la belleza nos exige mantener un cuerpo de adolescente, delgado y blanco eternamente. El resultado son millones de mujeres frustradas y dispuestas a comprar cualquier producto y hacerse todo tipo de operaciones para conseguir ser valoradas.
Muchas personas piensan que la violencia cultural o simbólica no es peligrosa porque no es real. Otras se excusan asegurando que el daño que producen las imágenes es inconsciente. Pero no hay que medir la violencia ni por la forma ni por los motivos que la originan, sino por los daños que promueve.