Por Juan Fernando López Aguilar. Eurodiputado socialista. Presidente de la Comisión de Libertades, Justicia en Interior del Parlamento Europeo. Pattrono de la Fundación Pedro Zerolo.
Madrid, 5 de marzo de 2022.- Las ansias expansionistas de Putin suponen un riesgo que ya pensábamos olvidado en la comunidad internacional y vienen a demostrar el comportamiento imprevisible que siempre ha adoptado Rusia, bajo la férula de su presidente, en la gobernanza global.
Durante años, hemos infravalorado esta amenaza de un presidente que ejerce un poder absoluto no solo sobre todos los órganos del Estado sino también sobre la población rusa. El único camino a adoptar para frenar sus inquietudes e inferir daño, pasa por una lucha contra las clases altas, la oligarquía corrupta que se codea próxima a su poder. Para ello, algunas medidas que ya se han tomado desde la Unión Europea como congelar todos los activos en el exterior junto con la limitación de transacciones financieras van a permitir frenar toda clase de delitos económicos desde blanqueo de dinero a financiación del terrorismo y van a conseguir frenar la escalada destructiva que sigue esta guerra a las puertas de la UE (recordemos que Rusia es frontera directa de la UE en Letonia, Estonia y Finlandia; Ucrania lo es en Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía).
Seguir en esta línea de sanciones es lo único que puede hacer impacto sobre Putin, un presidente con más de 20 años de acumulación de poder con límites autocráticos y dictatoriales carente totalmente de controles. Putin ha sobrevivido a unos cuantos presidentes de todos aquellos países que a día de hoy están imponiendo sanciones a su despiadado régimen y aspira a sobrevivir a los que vengan. Para él, la caída sin precedentes del rublo y el consecuente empobrecimiento de los ciudadanos rusos no supone una verdadera amenaza. Igual que tampoco se inmuta ante el cierre del gasoducto Nord Stream que impone, a su vez, fuertes restricciones a los países de la UE, empezando por Alemania con altos índices de dependencia energética rusa.
Estamos ante una guerra que ha hecho saltar todas las alarmas y con un alcance aún imprevisible. La preocupación y el nivel de alerta tanto de la ciudadanía como de los poderes públicos, sin eufemismos, es máxima. Una invasión con un número aún por determinar y creciendo de víctimas civiles y con operaciones militares a gran escala que están acabando con importantes infraestructuras y dejando ciudades totalmente desoladas. Y lo peor puede estar por llegar. No tenemos medios para conocer la superioridad de la que Putin presume. Podemos esperar por su parte una guerra cibernética que pondría en riesgo todos nuestros pilares de occidente, desde suponer un límite a los servicios financieros a hackear a gran escala infraestructuras críticas como aeropuertos. Por no mencionar la amenaza explícita de una escalada nuclear. Recordemos que Putin ha ordenado poner sus fuerzas nucleares en alerta especial tras las declaraciones, a su juicio, agresivas por parte de las fuerzas parte en la OTAN.
Como ya he señalado en otras ocasiones, no existe ya aquella rama de la ciencia política que se estudiaba en los departamentos de ciencias políticas e inteligencia durante la guerra fría, la `kremlinología´. A día de hoy, solo queda la `putinología´ que pone su figura en el centro del debate como actor que controla todo y que toma todo tipo de decisiones, tanto políticas y económicas como militares. Y todo ello de manera implacable y despiadada explicando así nuestra mirada con recelo desde la UE. Porque estamos, sin duda, ante la crisis de seguridad contra el orden mundial más grave desde la Segunda Guerra Mundial. De hecho, todos vemos en el comportamiento de Putin tintes de aquel Hitler que en 1938 ocupó los Sudetes y que en 1939 invadió Polonia con la misma retórica: proteger las comunidades, en aquel caso germanófonas.
Desde Bruselas, se ha demostrado que la unidad y la cohesión de todos los Estados Miembros es la única respuesta. No hay duda que estamos a la altura de las exigencias que se imponen desde el Kremlin y que el camino tomado difiere del errático tras la gran recesión de 2008. Más que nunca, tenemos que intervenir y tenemos que hacerlo lo antes posible con medidas cada vez más restrictivas hasta que la oligarquía corrupta presione lo suficiente como para retirar las tropas de Ucrania. Y así lo ha afirmado el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, que en su aplaudido discurso ante el pleno extraordinario del Parlamento Europeo para debatir la invasión rusa en Ucrania – que también contó con la desgarradora intervención del Presidente Ucraniano, Volodymyr Zelenskyy – afirmó que el hard power que se había puesto en marcha desde la UE ha sido eficaz y ha tenido y tendrá una enorme influencia en Rusia.
Se ha cerrado el espacio aéreo a todos los aviones procedentes de Rusia, se ha cortado el acceso del régimen ruso al sistema internacional de transferencias bancarias y financieras, el llamado SWIFT, y se han congelado activos financieros de aquellos que se encuentran cercanos al gobierno de Putin. Para evitar el flujo de noticias falsas y propaganda rusa, se ha cortado la emisión de los canales de televisión estatales Russia Today y Sputnik. Y, para hacer frente a la llegada masiva de ucranianos que huyen de la guerra, se ha activado, por fin, la Directiva de Protección Temporal. Además, el Parlamento Europeo ha votado la creación del Fondo Europeo de Defensa, y los Estados miembros han creado el Fondo Europeo de la Paz para mejorar la capacidad de respuesta militar ucraniana. El siguiente paso lógico sería modificar el balance energético que en algunos países muestra una excesiva dependencia del gas y el petróleo provenientes desde Rusia.
Citando de nuevo a Josep Borrell cuando afirmó que «la pandemia abrió la puerta a acciones innovadoras´´ y nos ha impulsado para unirnos y hacernos más fuertes, estamos ahora ante un nuevo riesgo que puede suponer la oportunidad de adoptar una estructura propia a nivel europeo de seguridad y defensa. Esto es por lo que abogamos los federalistas europeos: una estructura común capaz de intervenir rápida y eficazmente aunando el esfuerzo defensivo de 27 Estados Miembros, lo que llevaría incluso a adoptar una postura común y voz propia en la propia OTAN. Este camino será decisivo para contar con una UE madura y potente en la institucionalización de la gobernanza global. Un paso definitivo para avanzar en el tan ansiado proyecto europeo.